logo
Capítulo 3 — El reflejo sin rostro

Capítulo 3 — El reflejo sin rostro

Hoy intenté hacer algo común.

Verme al espejo.
No para arreglarme ni para comprobar si me veo “normal”.
Solo quería mirarme.

Traté de sostener la mirada, de preguntarme en silencio cómo estoy, qué estoy haciendo, quién soy.
Pensé que, tal vez, con solo mirarme podría entender algo.
No sucedió nada.
Y, al mismo tiempo, lo sentí todo.

Porque lo que vi… no era yo.
O al menos, no alguien a quien pudiera reconocer.

Dicen que mirarse al espejo puede ser un acto de conexión.
Un ritual casi espiritual para hablar contigo mismo.
Hay quienes dicen que lloran, que se encuentran, que sienten una especie de revelación.
Yo no vi nada.

Ni luz, ni sombra.
Solo una imagen parecida a mí, quieta, sin historia.
Una versión muda de lo que alguna vez fui.

Y eso me dejó incómodo.
Porque si este gesto tan simple puede ser tan profundo para otros,
¿por qué para mí se siente hueco?

Desperté en la madrugada.
Aunque… decir “despertar” es una mentira.
No dormía.

Solo estaba ahí, acostado,
respirando como si la noche tuviera espinas.
Pensando en cosas pequeñas que se sienten imposibles:
dormir sin ruido en la cabeza,
sentirme bien sin explicación,
reconocerme en un espejo sin miedo.

Volví al baño.
La luz era tenue. El silencio, denso.
Y ahí estaba otra vez: ese rostro sin historia.

Me obligué a mirarlo más de unos segundos.
Me obligué a preguntarme, en voz baja, si estaba bien.
No obtuve respuesta.
Pero sentí algo extraño:
una mezcla de incomodidad y ternura.
Como cuando te cruzas con un viejo amigo al que no recuerdas del todo,
pero algo dentro de ti sabe que lo amaste.

A veces siento que soy el inquilino de mí mismo.
Que este cuerpo me tolera, pero no me pertenece del todo.

Y eso también duele.

Duele no poder hacer lo que debería ser simple.
Duele no saber si este espejo te refleja o te esconde.

No tengo respuestas.
No hubo epifanías esta vez.
Solo un intento torpe de encontrarme donde ya no estoy.

Pero escribo esto, igual.
Por si alguna vez alguien más se siente así.
Por si tú, que estás leyendo, alguna vez te miraste y tampoco viste nada.

Tal vez estamos hechos para vernos poco a poco.
Por partes.
Con pausas.
Con miedo.

Hoy, el espejo no me devolvió un rostro.
Pero sí una pregunta:

¿Y si nunca llego a verme del todo?

— Sombra

“El diario del otro yo” es una obra original escrita por Antonio Aranibar (27te).

Puedes compartir este texto si crees que puede ayudar a alguien, pero por favor, no olvides mencionar su origen y respetar su esencia. Sombra es de todos, pero las palabras son mías.


🌀 Licencia:Creative Commons Atribución-SinDerivadas 4.0